05 enero 2008

Una disfunción mental inducida...


En el bar. Te ríes, te miro. Puedo interferir en tus pensamientos, en tus mundos. Siembro en ti un pensamiento mío, ya no recuerdo cuál ¿o sí?
Lo coges, te animo a seguir, te vas, te escapas y me lo dices. Conozco lo que te pasa, puedo traerte. Luchamos. Tú con la parte de ti que quiere huir y yo con la parte de mí que te quiere traer. Me tengo que aliar con la parte tuya que quiere venir. Lo hago.
.- ¡Di coca-cola! ¡Cógete a las palabras!
Te ríes y no te ríes. Te ríes cuando estamos juntos, mirándonos. No te ríes cuando se trata de que nos vayamos. Me doy cuenta de que te estoy haciendo cosquillas con una pluma. Te lo digo y te das cuenta de que es cierto.
Los comparsas siguen hablando de sexo y educación. Hemos desechado la opción que nos proponen.
Tratas de llegar a mí, trato de tirar de ti. No pareces tener miedo, no es tu primer tripi. Yo sigo hablando, respondiendo a tus pensamiento que ahora no recuerdo.
Has debido abrir alguna puerta porque leo tus pensamientos y los contesto con palabras, sólo puedes reírte y asentir.
Sabes lo que eso significa. Lo digo:
Tenemos la telepatía. Sigue, sigue razonando. Somos Dioses. Somos los Dioses.
¿Hasta dónde te he llevado?
Te das cuenta de que es cierto. Seguimos pensando y te digo:
¿Soy acaso Dios?

A partir de aquí nos iremos separando.

Sé que he empleado el singular. Puedo quedarme solo y ser Dios yo solo.
Pero tú no has hecho nada, no mereces el puesto. Pierdo mi oportunidad de seguir contigo por que has dejado de hacer fuerza. No has rebatido la idea que he puesto en tu cerebro y en el mío.
Intento salvar la situación:
.- Eres la mujer de mi vida.
Vano intento, la pregunta anterior vuelve a insistir y no soy capaz más que de entenderlo.

¿SOY ACASO DIOS?










Soy Dios haciendo el papel de marioneta. Puedo liberarme de la marioneta. Puedo estar donde quiera. En este bar, por ejemplo. ¿Qué hago aquí?
He perdido a María.
Los de fuera hablan, hablan de mí. Dicen que cómo he llegado, que qué aspecto tengo o cómo me comporto. Que si he llegado corriendo, creo que les he oído decir.
.- ¡María! Nos estábamos mirando a los ojos y éramos Dioses. ¡Quiero volver!
No puedo. Otra vez las cosas son sólidas. Tengo la seguridad de estar todavía en el bar mirándote a los ojos. ¡Los ojos! ¿¡Me he enamorado de ti!? ¿¡Eres la mujer de mi vida!?

AMOR. Dios es Amor.

AMOR DIOS MARÍA

Ahora lo sé todo, tengo que salir y encontrarme mirando tus ojos frente a frente, de prisa, no hay mucho tiempo. No puedo...
No puedo crear la imagen de tus ojos. Me he metido demasiado profundo. ¿Qué estará pasando fuera? ¿Me estaré muriendo?
Ahora recuerdo que cuando tomé conciencia de este bar las voces de los que me rodeaban me parecieron las de los del otro.
¡Rápido antes de terminar de morirme! Los pensamientos vienen avasallando y me van a llevar a la conclusión de que es demasiado tarde. Tengo que acallarlos. Tengo que hallar algo más fuerte que corte esta línea de pensamiento: Dios Amor María El Momento De Mi Muerte Los Ojos El Espejo Del Alma. Debo despertar antes de cerrar el círculo, antes de entenderlo todo, por que estoy perdiendo a María.

Tapar con algo más fuerte, sensaciones, cerveza, alcohol, beber... No tengo dinero; dolor... ¡Dolor! Adelantarse al pensamiento. Adelantarse para así quitarle todo punto de apoyo. Me he dejado caer al suelo. Trato de hacerme daño, mucho daño, un dolor insoportable que tape los pensamientos. No puedo pues parar. Ha de ser todo más veloz que el pensamiento y a la vez científico. Me doy cuenta de que estoy en el suelo, como un epiléptico, pero no con los temblores del epiléptico sino moviéndome con toda la violencia de que soy capaz. Sin atreverme a parar por miedo a que me alcance el círculo de la muerte.

Más Dolor, necesito más Dolor. Me acerco a la pared y me golpeo la cabeza. Me golpeo contra la pared, contra las mesas, contra la barra, el suelo, los taburetes, contra mí mismo. Sé que el ángulo al final de la barra está cerca de mi pie izquierdo y quiero golpearlo pero por alguna razón se me escapa.
He cerrado los ojos para darme la oportunidad de despertar de un mal sueño.
Cuando ya no puedo más, no soportar el dolor, sino moverme, me quedo parado. No sé si lo he conseguido o no. Se acercan a mí. Una voz de mujer me dice que no me preocupe, que está conmigo. La miro. No es María. El bar sigue siendo el mismo. No ha servido pues de nada. Pero estoy demasiado cansado para seguir. Además, comprendo que si siguiese lograría lo mismo que deseo evitar.
Les digo que tranquilos, que estoy bien, me ofrecen un vaso de agua, lo acepto, me dicen que no me mueva. ¿Qué me importa?
la chica sigue diciendo que está a mi lado, o conmigo, y que no me preocupe.
Le ofrezco la oportunidad de decir algo coherente. ¡Vano intento! Siguen creyendo que vengo de algún sueño extraño.
Como pública protesta por su estupidez reclamo el vaso de agua prometido y les digo que controlo, que estoy bien, que no tengo nada roto; y empiezo a comentar lo que ha pasado como espectador.
¡Qué violencia! ¡Qué pasote! ¡Qué bestialidad, no?
¿Habéis visto? Es el tripi.
¿Habéis llamado a una ambulancia?
Siguen hablando, cosas sin interés, no les hago caso, me traen el vaso de agua, bebo la mitad despacio, les digo:
Es la droga; acordaos de la droga; ¡sabéis lo que tenemos que hacer!
Me levanto, ayudado. He caído en una trampa, esto es un bar cerrado.
Estoy en el momento de mi muerte.
Aquí están todos muertos, o no, da igual, o los estoy imaginando yo. No tienen vida propia. Me doy cuenta de que si me quedo aquí no habrá solución. Vendrán los médicos. Los médicos también los he imaginado yo, los he imaginado toda mi vida, sé que no me dejarán volver a la vida. Sé que tengo que salir de aquí y tratar de recuperar la vida. Y a María.
No he dicho nada y ya tratan de impedirme que me vaya. ¡Quédate aquí! ¡Quédate con nosotros! ¡No te vayas!
Los muertos me reclaman al momento de la muerte, a su grupo de muertos eternos, en este bar eterno. No quiero quedarme en esta trampa. Tengo que buscar la vida y a María.
Dejo que se paralicen y salgo corriendo.
Estoy en la calle. Enseguida he dejado de correr. Veo la calle. Veo la noche. Este es mi mundo. El mundo que me he creado a lo largo de toda mi vida. Y yo estoy muerto.
Tengo que volver al principio, tengo que volver a los ojos de María. Mi cuerpo es el único que no está entrampado. Debo dejar que él me guíe. Una esperanza: la relatividad del tiempo.
Tal vez todo se revuelva y siga allí, quieto, mirando los ojos de María, o por lo menos tal vez no sea demasiado tarde.
Hay un paso que tengo que forzar para volver junto con María y ella no me llama lo suficientemente fuerte, o quizá yo no tenga bastantes fuerzas. Me doy cuenta de que no está en la ciudad por que se ha ido a América. O tal vez no, tal vez está aquí. Para el caso es lo mismo, no puedo alcanzarla. Y sigo vagando por mi ciudad, la ciudad que me he creado con todos los datos de mi pasado. La ciudad a mi tamaño, sosa, de noche, con habitantes casi automáticos, sin María. La ciudad que soy capaz de soportar, sin miedo. Yo estoy muerto, ya no puedo tener miedo, ya he pagado el precio: María. Toda mi memoria se alía conmigo para mantener la ilusión de la ciudad muerta, y para impedirme encontrar a María.
Las ansias de vida y el miedo a la muerte se han equilibrado en este punto, y me doy cuenta del enorme castigo que es la muerte.
El momento de la muerte dura eternamente.
Estaré eternamente buscando a María.
Atado eternamente a una ciudad a mi medida, buscando a una mujer sin poder encontrarla, sin poder ni siquiera recordarla por completo, como recuerdo y doy vida a todo lo que se me cruza en estas calles mojadas, de noche... Sintiendo áspero el dolor de no tenerla y complaciéndome demasiado en ese dolor.

4 comentarios:

huelladeperro dijo...

El texto es de hace muchos años, y los hechos ciertos. Encontré a María por la calle a los pocos días, y salió corriendo. Los siguientes tres meses los confundí con tres años, o al revés. Y estuve loco muchos años. Quizá aún lo estoy. Nunca dije a nadie todo lo que pensaba, lo que veía, lo que sentía. Siempre tuve la sensación de seguir muerto, de que elmundo había perdido relieve, color, intensidad. Esa sensación se ha ido difuminando al paso de los años.
Encontré a María muchos años después, en otro bar, muy cerca de allí. Hablamos durante cinco horas, sin sentir que pasaba el tiempo. Todavía había magia entre nosotros, y nos pillábamos las frases con sólo la primera mitad.

El mundo vuelve a estar vivo y colorido para mí, pero ahora ya no es sólo por el regalo que vino con mi nacimiento. Hay mucho de mi esfuerzo en esta nueva textura.

A veces veo a los hombres como son, como los vi entonces: puros zombies. Pero a voluntad puedo cambiar esa mirada, e integrarme al ejército de estúpidos.

Ya veis, los Reyes aquí os trajeron carbón.

Gabriel Antón dijo...

Carbón, gracias. (Eso sí, te comiste un interesante post).Es realmente brutal el texto, lo he leído dos veces seguidas y es muy bueno. Sé que no es precisamente una broma y lo sospechaba antes de leer tu comentario. En cualquier caso tuviste la lucidez para expresarlo así, y eso denota que detrás de todo había una búsqueda, un algo más. No sé, daría demasiado qué hablar. Buen regalo.

PRUEBAS 2013. dijo...

De eso nada, me parece un post muy interesante, mucha gente siente y desea como tu pero ni siquiera lo saben.
Yo no me encontré carbón si no una persona que ha sufrido por.... ¿por qué necesitabas sentiros Dios?
Un saludo.

huelladeperro dijo...

Bueno, Hermana, ahí lo tienes. Mi primer enamoramiento serio de la edad adulta acabó abrupamente. Me escribió, porque se lo pedí y por que (como ella me dijo) me lo merecía, una carta explicándome lo que había pasado.

dice que de repente me tiré al suelo y que empecé a patalear panza parriba, que ella intentó que me levantara pero que yo no la oía, y que después me fui corriendo. Y que los del bar (Bruma, se llamaba; ya no existe) le aconsejaron que se largara, que yo necesitaba estar solo.

Creo que lo que me pasó es que cuando ella me negaba que tuviéramos telepatía intenté explicarle el Alfa y el Omega, y cómo era todo a la vez el mismo instante y también la vida que lo recorre. Y no encontré nada mejor que hacer que hacerle la demostración práctica del Alfa; es decir, de lo que somos cuando nacemos antes de crecer, evolucionar y morir: Me transformé en un bebé, vamos. Y para ella, para sus tiernos 16 años, ver en un adulto joven un auténtico bebé (estoy convencido de mi excelente dramatización, pues era realmente sentida) fue sin duda demasiado, aunque no sé si captó toda la sustancia real del hecho.

Y eso. ¡Brrr! He cambiado mucho desde entonces. Siempre he intentado desde esa ocasión tener un control mínimo de lo que hacía, para evitar quedar totalmente desprotegido y mostrado así, tal cual, a la mirada de nadie. Creo que he cambiado mucho desde entonces y aunque me daría mucha aprensión, supongo que el bebé que ahora se mostraría sería, seguramente, mucho más adulto que la mayoría de los adultos que van por ahí.
Y no sé que más decir.

Estoy seguro, Hermana, de que lo entenderás bien, como sé que lo entendió G. A. y por eso lo desvelo de nuevo sin ninguna aprensión.


las aprensiones son otras, y tú lo sabes, pero esa es otra batalla que libramos en otro campo. El campo del presente, en el que estoy orgulloso de luchar a tu lado.

Pues eso, tierno abrazos jesucrísticos....